Filipinas es el tercer país del mundo más castigado por desastres naturales. El 60% de sus tierras cultivables se ven afectadas cada año por tifones, inundaciones y sequías.
La agricultura es una de las mayores fuentes de ingresos para sus habitantes, por lo que estos eventos se traducen en pérdidas de las cosechas, escasez de materias primas y, por tanto, encarecimiento de precios, entre otras problemáticas que dejan a la población en una constante situación de inseguridad alimentaria y con una economía extremadamente frágil.
Gracias a la confianza y ayuda de la AECID desde 2018 trabajamos con más de tres mil familias para hacer frente al cambio climático y sus devastadores efectos.
Estamos con los más vulnerables
Trabajamos en las regiones de Caraga y Dávao, en la Isla de Mindanao, donde identificamos mayores índices de vulnerabilidad debido a la inestabilidad del clima. En esas regiones sus habitantes sufren al año una media de 25 tifones, lo que supone un riesgo enorme de perder todo lo que tienen.
Crear entre todos, la clave del éxito
El primer paso siempre es estudiar, junto a las comunidades y con nuestro equipo de especialistas locales, sus necesidades y las posibles soluciones. Se trata de lograr que todos, especialmente los más vulnerables de esas poblaciones, puedan participar y beneficiarse del proyecto. Un proceso que debemos hacer en estrecha colaboración con instituciones públicas y privadas, haciéndoles entender que todos son actores fundamentales del cambio.
A continuación, facilitamos formación y proveemos servicios y recursos técnicos, con el apoyo de proveedores locales, para que las comunidades tengan acceso al mercado en condiciones competitivas. Algunos ejemplos son el desarrollo de infraestructuras rurales, ofrecer servicios básicos como transporte, o introducir tecnología de bajo coste.
También diseñamos servicios financieros adaptados a todo tipo de perfiles, desde emprendedores hasta familias, como la creación de fondos rotatorios de crédito para comprar materias primas, alquilar maquinaria, contratar personal o pagar a proveedores.
Apostar por la diversificación
Otra de las necesidades que se identificaron fue la diversificación de los cultivos y de poner en marcha buenas prácticas en la producción. Así, determinamos el cultivo de hortalizas como un medio de vida complementario, por su corto periodo de producción, ya que resultan una alternativa viable para los productores, que pueden combinar con la siembra de arroz, el cultivo más popular.
Con el cultivo de hortalizas, aunque se produzca una inundación, en lugar de tener que esperar seis meses para una cosecha de arroz o maíz, los frutos se recogen tan solo un mes después. Esto permite a las familias evitar largos periodos sin cosechas y obtener ingresos extra vendiendo los excedentes de su producción en el mercado.
Alianzas para lograr los objetivos
Nos aliamos con instituciones locales, regionales y nacionales, y con el sector privado. Nuestro trabajo ha permitido el fortalecimiento de una cooperativa local de hortalizas donde los campesinos pueden vender en condiciones justas.
Paralelamente, al crear nexos con los gobiernos locales, se han podido desarrollar planes de adaptación a las inclemencias del tiempo. Las comunidades tienen acceso a información climática actualizada, realizan simulacros y cuentan con planes de evacuación y contingencia en caso de desastres naturales.
En cuanto al sector privado, se han implicado algunas empresas alimenticias que, además de asistir a los productores para que sus cosechas tengan las condiciones adecuadas, están comercializando el excedente de sus productos. Cumpliendo las condiciones de competencia y a precio de mercado.
Demo farms, lugares para “cultivar” también el aprendizaje
Las escuelas de campo son una metodología práctica de aprendizaje. Durante 16 semanas los líderes de las organizaciones de productores o champion farmers aprenden técnicas de Agricultura Climáticamente Inteligente (CSA, por sus siglas en inglés Climate-Smart Agriculture), con el objetivo de disminuir el uso de insumos químicos, cultivar con semillas que sean resistentes a las inundaciones y mejorar la productividad. Por ejemplo, aprenden a elaborar fertilizantes naturales como el vermicast (con excrementos de gusanos).
Una vez formados, comparten sus conocimientos en parcelas demostrativas o demo farms en sus municipios. Dando credibilidad sobre lo aprendido, garantizan que los conocimientos sean aplicados por los vecinos más vulnerables y con menos capacidad de inversión.
Las cifras nos avalan
* (People’s organization: asociación de personas que trabajan por el bien común de su comunidad compartiendo los beneficios de su esfuerzo).
La historia de Jerlyn
“Pensé que toda mi vida sería una pequeña productora, pero el proyecto me ha transformado la vida. Ahora soy dueña de mi futuro”.
Jerlyn C. Alibangbang es la mujer más joven de la asociación de productores a la que pertenece en Milagros (Agusán del Sur). Cuenta con orgullo que en su horizonte sólo cabía la posibilidad de ser una pequeña productora rural y luchar por su familia en condiciones durísimas. Pero ahora su forma de ver las cosas ha cambiado gracias al proyecto. Desde que asiste a las formaciones en su comunidad, ha aprendido nuevas técnicas para aumentar su producción y mejorar la calidad de sus cultivos.
A raíz de los aprendizajes y los resultados conseguidos, se han abierto nuevas oportunidades de negocio para las P.O. Por ejemplo, para muchos productores ahora el plátano no sólo es un producto final de alimentación, también elaboran banana chips y kétchup con este fruto.
Gracias al liderazgo de las propias comunidades, a la participación de las instituciones y a la perseverancia de personas como Jerlyn, el impacto del proyecto es duradero.
Proyecto financiado por la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID).