He tenido la oportunidad de poder conocer varias de las rutas de turismo rural comunitario en Perú, Ecuador y Bolivia. Una de las últimas rutas que he hecho es la de las islas y comunidades del lago Titicaca que se encuentra entre Perú y Bolivia. Estuve dos días visitando y disfrutando de las comunidades tanto peruanas como bolivianas.
Me sorprendió…
Si algo me sorprendió en esta ruta fue la capacidad de adaptación que puede llegar a tener el ser humano. El lago Titicaca es el lago más alto del mundo y las condiciones de presión atmosférica de calor y frío son increíbles. Pasas de los 28º/30º al mediodía al frío de la noche. Y terminas adaptándote a eso.
Además, ves cómo las comunidades están totalmente adaptadas a ese clima tan diferente. Esto se une a que se trata de una isla que lo único que tiene es un lago, por lo que estas personas solo viven de la pesca y el comercio. Los llaman los “fenicios de los Andes” ya que viven en una zona donde hay poco terreno cultivable y el sector industrial y de servicios no se ha desarrollado. Dependen de otros lugares y de otros mercados para poder comer.
Creo que es un lugar donde al ser humano se le complica vivir. Sin embargo, estas comunidades milenarias llevan años allí, se han adaptado al ecosistema, a esta forma de vida, a las condiciones climatológicas. Y aun dependiendo comercialmente de otros lugares, siempre vuelven para disfrutar de su entorno; un entorno realmente único.
Recuerdo un lugar mágico…
Sin duda, si pienso en un lugar mágico tengo que acordarme de Luquina Chico. Se trata de una pequeña isla templada, en medio del lago Titicaca. Este lago se sitúa en un lugar donde hay mucha altura, llegando a los 3.800 metros por lo que las excursiones están enfocadas a personas que le gustan el montañismo y ese tipo de actividades. En cambio la isla Luquina Chico es la típica isla plana donde realmente el clima es agradable y no hace falta mucho esfuerzo para poder llegar a ella y disfrutarla.
Me encanta recordar las casitas rojas de esa zona donde viven las comunidades y donde los turistas pueden alojarse. Es el color de la tierra de la esa zona. La paz y la tranquilidad que respiré allí es realmente increíble. Puedes ver el típico césped inglés que no te esperas allí, con las ovejitas, las familias y donde puedes tumbarte directamente enfrente del lago y luego comer con las comunidades. Realmente es un lugar tan agradable que su encanto turístico es precisamente ese: el descanso, la tranquilidad y poder disfrutar de la naturaleza.
Esos detalles que no puedo olvidar
Ese olor a limpio de las casas… lo tengo bien presente todavía cuando me acuerdo de Luquina Chico. La tranquilidad, la limpieza de las sábanas, de los muebles y cómo eso te reconforta igual que cuando llegas a un hotel. Es un olor que no puedo olvidar.
Tampoco puedo dejar de acordarme de cómo me llamó la atención el rosa fucsia. Recuerdo a las mujeres que están en las casitas de esta zona vestidas con ese color fuerte combinado con chaquetas negras. Me encanta el contraste. Es un color atrevido en nuestros países, en nuestra cultura pero allí queda muy elegante. Me tranquiliza y, al mismo tiempo me da esperanza.
Y qué decir de las comidas tan diferentes que se pueden disfrutar allí. Se me hace la boca agua acordándome del ischpi. Es un pez muy pequeñito que se encuentra en el lago Titicaca. Lo recuerdo preparado en una tortilla. Está muy bueno, acompañado de pan de quinoa.
Un turismo diferente
Siento que mi trabajo me da la suerte de conocer cosas que si hubiera ido como turista a estos países no hubiera conocido. Cuando visito proyectos en los que trabajamos, las cosas que veo, las personas que encuentro son concretamente las de las comunidades rurales con las que trabajamos.
Este tipo de turismo permite que cualquier turista pueda llegar a lugares que antes ninguna turoperadora turística te hubiera llevado. La diferencia, en concreto, es que te permite estar en contacto con la población rural que está excluida de los circuitos turísticos tradicionales y que aun así tiene mucho que dar.
El turismo rural comunitario te da el acceso a ellos, te abre las puertas de sus casas, te invita a entrar en contacto con ellos y te permite disfrutar de su cercanía. Además es un turismo muy enriquecedor por ambas partes. El turista va con actitud de conocer y las comunidades tienen la actitud de recibir. Eso es fantástico.
Tener la oportunidad de realizar este tipo de turismo, te enseña muchísimas cosas. Lo primero que me ha enseñado es a apreciar lo que tengo, a dar valor a lo que tenemos en Europa. No me refiero tanto a nivel de infraestructuras sino a la calidad de vida que tenemos. Es un turismo de aprendizaje. Me he despertado en esas casitas y he visto cómo esas personas se habían levantado a las 4 de la mañana, habían dado de comer a sus bebés, habían ido al campo a sacar leche de los animales y ya me estaban preparando el desayuno. El estilo de vida en el área rural es totalmente diferente a lo que yo vivo en la ciudad. Por un lado, me ayuda a agradecer o que tengo y, por otro lado, siento una gran admiración a estas personas.
También he sentido cómo no siempre es necesario el lenguaje para poder comunicarse con otras personas. En estos lugares en los que he estado y he convivido con indígenas, ha habido una comunicación muy alta a nivel personal a pesar de no hablar el mismo idioma. Es espectacular la capacidad de comunicación con gestos, aprendiendo palabras del otro idioma rápidamente sin necesidad de utilizar el lenguaje.
Se trata de un turismo que te ayuda a abrir tu mente. Cuando ves otros estilos de vida tan diferentes, alimentaciones distintas, formas de curarse a través de medicamentos naturales, creencias diferentes… tus ojos se vuelven a abrir y aprendes. A pesar de que vivimos en una sociedad totalmente diferente a ellos, siempre puedes rescatar algo de su cultura que puede servir para tu vida. Por ejemplo, una madre en estos lugares pasa 24 horas al día con su hijo. Siempre le está cargando en la espalda, duerme con él, hace las tareas con él… Y eso te hace reflexionar sobre nuestro cuidado de los hijos.
En cambio, en otros aspectos, ves cómo viven ellos y tú agradeces tu forma de vida. En conclusión, tú como individuo vas cogiendo lo que te puede servir para mejorar y, por otro lado, das valor a otras cosas que tú tienes y ellos no. Definitivamente, creo que creces como persona.
La clave de este turismo sostenible es esa. Que convives con otras personas de otras culturas y que esa vivencia te hace crecer como persona. ¿Quieres conocer a alguna ruta y animarte a hacerla?