Son las tres de la tarde. El aire caliente se aferra a todo como el vapor a una caldera y el calor se siente más vehemente a medida que nos adentramos en la vereda, parece que el verano es eterno aquí. Ubicados en la vereda El Palmar, del municipio de Santander de Quilichao, un territorio caracterizado por su vocación agropecuaria donde el café, la caña de azúcar, la yuca y la piña son la principal fuente de ingresos de la población; nos dirigimos hacia uno de los lugares más conocidos en la zona, el trapiche La Palmereña.
Esta vereda forma parte del departamento del Cauca, un municipio históricamente golpeado por el conflicto armado y el narcotráfico. Y que hace apenas un año, en julio de 2014, se vio afectada por el trágico derrumbe de una mina ilegal de extracción de oro ubicada en el cerro Garrapatero. Hoy es un pozo de 40 metros que aguarda silenciado por el siniestro paisaje de palas mecánicas y retroexcavadoras que han dejado huella en el terreno. Las consecuencias ambientales se reflejan en el rio Agua Limpia que abastece a más de 20 acueductos rurales donde posiblemente aún quedan rastros de barro, mercurio y cianuro. Una situación que aún desequilibra el paisaje y la tranquilidad de los habitantes, en su mayoría población afrodescendiente campesina.
Los habitantes de estas veredas, a pesar de ser campesinos, veían en la minería una forma de mejorar sus condiciones de vida, un trabajo fuera del tráfico de las drogas, cultivos ilícitos o actividades vinculadas a los grupos armados. Este trabajo les permitía obtener unos ingresos complementarios para pagar su comida, la luz y dejar de malvivir.
Pero todo esto se trunco, la población se encuentra preocupada por las consecuencias del desastre minero y un conflicto armado, que todavía no ha cesado en el Cauca. Este conflicto sigue afectando principalmente a esta comunidad debido a megaproyectos mineros, concesiones mineras que han generado graves crisis ambientales, de desplazamiento de comunidades y violaciones de los derechos humanos y ambientales, generando el desplazamiento de comunidades y crisis humanitaria en las zonas de impacto de las transnacionales mineras.
A esto hay que sumarle que el Cauca es parte de un corredor estratégico para el tráfico de armas y droga. Además, debido a su posición geopolítica, históricamente ha sido una zona ocupada por grupos armados como las FARC o el Ejército Popular de Liberación. Esto provoca que el corredor del Cauca se encuentre en continua ‘guerra’ con grupos armados que luchan, entre otras cosas, por el control del tráfico de drogas.
Su población, la mayoría de ellos afrodescendientes, ha estado afectada por las continuas consecuencias del conflicto armado: sus hijos eran reclutados, los cultivos ilícitos o continuos movimientos de grupos armados provocaban que tuvieran que abandonar sus cosechas y casas, y ahora, los megaproyectos que se presentaban como una forma de construir una paz, han provocado un aumento de la inseguridad de la zona.
Un conflicto armado que no cesa
El Cauca no es un departamento único, Colombia y su conflicto armado han provocado 5,4 millones de desplazamientos en todo el país. Pero estas no son las únicas víctimas, miles de personas han sufrido otros crímenes de guerra: más de 130.000 amenazados, cerca de 75.000 que perdieron algún bien, más de 90.000 desaparecidos y sus familiares, más de 21.000 secuestrados, casi 55.000 víctimas de algún tipo de acto de terrorismo, cerca de 95.000 homicidios y más de 540.000 personas afectadas por el asesinato de un ser querido, 10.500 víctimas de minas antipersonas, 6.500 casos de tortura, casi 7.000 de reclutamiento forzado de niños y 4.000 casos de violencia sexual componen los rostros de un conflicto armado eterno.
Una sonrisa de esperanza en el conflicto armado
Los habitantes tanto del municipio de Santander de Quilichao como de las veredas El Palmar y San Antonio, tienen una economía basada en la agricultura, que todavía necesitan nuestra ayuda. Necesitan una formación que les permita mejorar sus cosechas y producciones para poder alejar a sus hijos de las guerras y drogas; necesitan fortalecer sus cooperativas para poder comercializar a precios justos sus productos; y poco a poco ser el ejemplo de la construcción de paz.
Tras un largo viaje entre estrechos caminos, vemos una realidad, el conflicto armado, aún está vigente entre la población. Una cerca de alambres, un camino hecho por caña de azúcar y un característico olor a dulce de melaza, resultado del proceso de la panela, que nos conduce a una construcción donde adentro, detrás de una máquina selladora, María Fernanda Carabalí, una mujer afrodescendiente de 52 años – gentil, reservada al hablar, con un rostro que denota una inquebrantable tranquilidad – nos espera con una tímida sonrisa, una sonrisa que ilumina de esperanza la vereda.
María Fernanda se define como madre, para ella la familia es lo más importante en su vida. Por eso ha vivido desde que tiene razón en la vereda El Palmar, con tres de sus seis hijos y algunos nietos; además es maquilladora y vive del campo.
Es socia de la cooperativa ASOLPAZ, que integra a campesinos de la zona para generar ingresos a través de la actividad agropecuaria; y del ‘trapiche’ La Palmereña, proyectos que desde CODESPA impulsamos. En La Palmereña, María Fernanda ha encontrado un trabajo, allí desarrolla el proceso de terminado, empacado y termosellado de la panela que ya se puede encontrar en algunos supermercados del país.
Además de ayudar en los procesos de empaque de la panela, María Fernanda cría cerdos en su casa. Un día para María Fernanda comienza a las 6:30 am, a esa hora esta lista para alimentar a sus cerdos, organizar su casa y sale a trabajar al ‘trapiche’. Todo esto, trabajar en el trapiche, conseguir sus pequeños cerdos… le ha permitido alcanzar su sueño, obtener unos ingresos y por fin, ser independiente.
Del proyecto de la La Palmereña ya se benefician 150 familias. Esta cooperativa se ha enfrentado a grandes retos, que les están permitiendo lograr que los sueños de todos ellos se hagan realidad.
Ahora María Fernanda tiene otro gran anhelo y es la música, le apasiona cantar. Sus hijos le apoyan en su sueño. Ella forma parte de un pequeño grupo de música, como hobby. Se reúnen y les permite olvidarse por unas horas, de ese conflicto armado que todavía continúa azotando su país y su comunidad. Un grupo que quiere dejar como herencia a su comunidad.
María Fernanda nos cuenta que su mayor deseo es seguir con su música y luchar para que el trapiche y la cooperativa sigan adelante. Es la única fuente de ingresos legal que brinda un apoyo a los habitantes de su vereda.