Medellín es considerada la segunda ciudad más importante de Colombia, reconocida como capital de la moda en el país, centro cultural y deportivo de Colombia y con la única red de metro de transporte en todo el país. Sin embargo esta población urbana de más de dos millones de habitantes, esconde otra realidad. 250 mil habitantes de Medellín son víctimas del conflicto armado, el 10% de su población.
Esta cifra nos enseña que existe una continua violación de los derechos humanos de su población.
Barrio de Santo Domingo Savio, comuna 1 de Medellín
En la ladera nororiental de Medellín se encuentra el barrio de Santo Domingo Savio. Tres grandes edificios esconden de las curiosas miradas de la gente otra realidad social, uno de los barrios más humildes azotado por lo que se denomina el microtráfico, que mueve millones de pesos al mes y es la fuente de ingresos de los grupos armados.
Una vez entras ahí, es como si estuvieras en el centro de un pequeño pueblo rural, lleno de cableado eléctrico y casas habitadas, que están a medio construir. Con cada paso te encuentras comercios y bares que se amontonan en la calle. Esto es Santo Domingo Savio, una especie de pueblo rural absorbido por la ciudad, donde una nerviosa calma, muestra que el conflicto armado les ha dado una tregua.
Tras 30 minutos andando por empinadas calles, nos encontramos con María Eloísa, con una sonrisa que sería capaz de iluminar la comuna. Hace ya 50 años nació en este humilde barrio y con cautela, nos dice:
“La parte más conflictiva de la comuna, cuando esto era caliente, era donde yo vivo. Mi madre se vino a mercar allá arriba a la proveedora y dejó la plata; yo salí, salí muy rápido, me pararon y me cogieron de quieto. De esta calle para arriba eran unos, de esta otra calle para abajo eran otros. Y los más miedosos eran los de abajo y esos eran los hijos de una amiga mía.”
Su gran sonrisa se esconde cada vez que habla de su barrio.
María Eloísa, una mujer colombiana que nunca desfalleció
Maria Eloísa es la segunda de seis hermanos. Es una mujer perspicaz e innovadora, piensa que las oportunidades solo se presentan una vez en la vida y que para saberlas aprovechar hay que trabajar con perseverancia: “A mí me gusta que mi empresa crezca a pulso. Por eso nunca he desfallecido”.
Primero nos lleva a su pequeño taller de confección, una estructura de ladrillo de dos pisos sin terminar, en la que después de una vitrina se pasa a una serie de mesas con máquinas de coser y telas de distintos colores, amontonados por la habitación. Allí nos presenta a Álvaro, un hombre bajo y grueso, de gesto amable que colabora con Eloisa y del que asegura que no puede distanciarse. Sin él, su microempresa se iría a la deriva.
Su pequeño taller no tiene ventanas como las que aquí conocemos, son pequeños plásticos que separan el frío viento de las calles del interior. Y a 10 minutos andando, por unos escarpados caminos, un pequeño callejón deja entrever una pequeña puerta a su casa. Nada más llegar se excusa por el tamaño y la apariencia de su hogar.
La casa se ha convertido en una extensión de su taller, un improvisado almacén con pasillos por los que solo puede pasar una persona. Su microempresa nació en 2008. Para ella, están siendo años muy complicados; vivir en las comunas y subsistir en la situación de pobreza que se encuentra, ha puesto muchas barreras a su microempresa.
En su empeño de seguir adelante, le conocimos y paso a formar parte del proyecto que hemos desarrollado en Medellín. Le ayudamos a mejoras su proceso de producción, formarse en las tendencias y establecerse como microempresaria en el mercado formal, así como a comercializar sus productos en condiciones justas. Fabrica y vende productos de decoración para el hogar. Las fibras de sus telas son hechas de excedentes de cortes de confección en algodón y botellas reciclables. Unas telas a cuadros de colores, que según nos cuenta, la gente ya comienza a reconocer como suyas.
“Yo marqué territorio aquí en Antioquia, donde la gente ve esos manteles, así no sean los míos, dicen esos son los manteles de Eloisa”.
Al igual que cualquier otra persona, Eloísa nos confiesa que siempre tuvo miedo de arriesgarse y confiar en otras personas, sobre todo por los peligros que existen en el barrio (narcotráfico, robos, grupos armados…). Ahora su empresa tiene un enfoque social, trata de dar trabajo a mujeres vulnerables, todos ellas provenientes de las comunas: “Las personas que trabajan conmigo son iguales a mí. Yo les digo: muchachos si esto crece, crecemos todos juntos y tendremos unas mejores condiciones de vida.”
En un futuro quiere construir un taller en otra zona de la ciudad, donde puedan ir sus clientes. Ella sabe que donde vive, una zona conflictiva donde la calma es temporal, los robos y la presencia de rostros desconocidos no gusta, los clientes no pueden visitarle: “En la casa que hay aquí antes de mi entradita empezaron a mirarme mal, a criticarme. Empezaron a hacer comentarios y me relacionaban con la mafia porque venia gente a ver mis productos.”
Lo ves en su sonrisa, en su gestos, Eloísa sabe que su sueño comienza a hacerse realidad: “que esto siga, que no muera y que lo valoren…”. Orgullosa, nos dice en voz alta “Eloísa Legarda, decoración y diseño”.
Este barrio está lleno de dificultades que os hemos contado y otras muchas que se escapan de nuestros ojos, que complican la vida de los colombianos. Pero también es un lugar del que sobresalen historias como estas, historias de superación que nos muestran que todo es posible.