Internet nos permite a todos estar un poco más cerca, aunque en ocasiones también algo más lejos.A comienzos del verano del 2014 surgió la ocasión de viajar a Angola con mi equipo en un proyecto para CODESPA, donde realizaríamos una serie de documentales audiovisuales para dar a conocer su trabajo en las áreas rurales de allí.
Angola, como la mayoría de países de África, es una gran desconocida para el público general entre los cuales nos incluíamos mi equipo y yo. A través de CODESPA sabíamos que se había visto envuelta en una larga guerra civil de 27 años y que había sido colonia portuguesa antes. También que su capital, Luanda, es una de las capitales más caras del mundo pese a que Angola es un país terriblemente pobre y azotado por el hambre.
Realizamos una serie de búsquedas en Google para saber que clase de vacunas era más conveniente tomar, conocer el clima allí y también saber si sería un país seguro o no. Al realizar una búsqueda con los términos ‘criminalidad en Angola’, ‘minas antipersona en Angola’ o ‘muertes en Angola’ resulta increíble la sensación de inseguridad que se puede llevar uno al leer varios de los resultados. El testimonio en primera persona de un conocido a quien había robado con violencia en Luanda no ayudaba nada a tranquilizarnos. ¿Dónde íbamos a ir?, ¿realmente podíamos estar seguros en un lugar así?
Ahora bien, lo que caracteriza por definición a estos buscadores es su capacidad de encontrar lo que uno busca. Así pues, al buscar ‘criminalidad en Angola’… ¿qué va a hacer este buscador salvo encontrar todos los datos y noticias referentes a la criminalidad en Angola: robos, asesinatos, etc…? pero claro, ¿alguna vez se nos ha ocurrido buscar en Google ‘criminalidad en España’ o ‘violencia en España’? Por supuesto, el buscador lo que hará será discernir entre todas las noticias y posts para facilitarnos todos aquellos que nos muestren violencia o criminalidad. O sea, lo que le hemos pedido encontrar. Desde esa perspectiva, el profano que decidiera viajar a España lo haría totalmente condicionado por la imagen de un país terriblemente inseguro en el que matan y roban a mucha gente. Yo vivo en España y sé que esto no es verdad y que es una información totalmente sesgada, y esto es exactamente lo que pudimos comprobar en nuestro viaje a Angola.
La mayor parte del tiempo la pasamos en las provincias de Huambo y Bie, zonas rurales donde CODESPA ejerce su labor. Las ciudades allí son parecidas a las nuestras en los años 60, calles anchas y edificios bajos en su mayoría, algunas de ellas sin asfaltar y sin aceras, pero llenas de vida. Las aldeas y pequeñas comunidades donde se practica una vida más sencilla y donde la gente se dedica de pleno a la agricultura, fabrican sus propias casas con adobe y no es difícil encontrar animales de tiro; y se encuentran alejadas muchas veces de las carreteras y de las zonas de mayor tránsito. Son ciudades y aldeas llenas de gente con sus propias vidas y trabajos y a las que parece que causarte daño no es su prioridad en absoluto. Al contrario, lo que resulta realmente sorprendente es la similitud que existe entre ellos y nosotros. En la forma de expresarse, de pensar, de relacionarse, de entender el humor…
En Angola se habla el portugués y esto facilita muchísimo la comunicación con ellos al existir tantas similitudes con el castellano. Así pude disfrutar de la compañía y de las historias de varios angoleños. De cómo a Pequenho (un tipo corpulento de un metro ochenta, llamado así por ser el ‘pequeño’ de muchos hermanos) le encantaba salir a bailar y conoció a su mujer bailando la Semba, que es un baile con mucho ritmo que causa furor allí. De cómo Patrice se las ingenió para construir su propia casa en un barrio muy pobre en Luanda aprovechando las infraestructuras de una vieja fábrica abandonada en esa zona para poder disponer de luz eléctrica y otras comodidades. De cómo Manuel tenía la ilusión de poder llegar a tener un tractor para poder mejorar así la actividad rural de su comunidad. De cómo Graciano (el anciano y carismático líder de una comunidad) se las ingenió para traer a las ONG después de la guerra hasta la zona donde vivía para ayudar a la comunidad que él mismo había ayudado a formar a progresar en su trabajo y su calidad de vida…
El recuerdo general de haber estado en Angola es el de haber conocido a una gran cantidad de gente trabajadora y con ganas de mejorar sus condiciones de vida. Gente que no tiene nada, o menos que nada si la comparamos con nuestra acomodada vida en el llamado ‘primer mundo’ pero que, lejos de quejarse de su situación, mira con positivismo hacia el futuro y se ponen manos a la obra para mejorarlo. Gente que pese a tener una situación económica y vital muy desfavorable, siempre te reciben con la mayor y más sincera de sus sonrisas.
Viajé a Angola avisado de encontrar una situación de extrema pobreza y bajo el miedo de encontrarme un escenario hostil y difícil, y en su lugar me encontré con un pueblo acogedor y amigable y rico en voluntad de trabajo. Porque hay gente que tiene mucho y se queja de no tener más y, en cambio, hay gente que no teniendo nada, le planta la mejor de sus sonrisas a la adversidad y no se deja derrotar por ella.
Espero que, durante muchos años, porque harán falta muchos años, Angola pueda seguir recibiendo ayuda de fuera. Nuestra ayuda. Para que las historias de Pequenho, de Patrice, de Manuel, de Graciano y muchos otros, puedan seguir mejorando y vean recompensado su esfuerzo y su trabajo.